1.2. En el lugar decisivo del combate
espíritu ofensivo, carecían de esta preocupación defen-
alfanje y tres espadas, figura en su contrato matrimonial
siva de las galeras cristianas, algo de lo que tendrán que
unos años después de Lepanto­ constaba de peto, es-
arrepentirse en Lepanto.
paldar, escarcelas (en las caderas), gola (en el cuello),
guardabrazos, brazales y manoplas, de manera que sólo
Además, gran parte de los combatientes cristianos, en
quedaban desprotegidas la cara y las piernas. Las áreas
especial los mandos intermedios y los piqueros, estaban
cubiertas quedaban a salvo de la penetración de flechas
provistos no sólo del generalizado casco, sino también
e incluso balas de arcabuz. No obstante, la fuerza del
de «coseletes» (o «medias armaduras», protecciones de
impacto de la bala, sin atravesar la coraza, todavía podía
medio cuerpo, a su vez en versiones entera o sencilla),
Los altos jefes, portaban armadura entera.
dañar o incluso matar al combatiente según la potencia
del golpe que recibiera, dependiendo de la velocidad con
Los guerreros turcos no tenían una protección indivi-
que chocara el proyectil y el lugar del impacto.
dual comparable; sólo una minoría portaba alguna clase
de defensa corporal eficaz, y aun en este caso, menos
Imagínese lo que habría sido de Zavala de no haber dis-
completa que la de sus enemigos, limitándose el resto a
puesto de tal coselete completo. Además, es muy proba-
llevar un escudo. Tampoco el casco estaba generalizado
ble que se protegiera también con una rodela ­escudo
en las filas otomanas, fuera de los altos jefes y algunas
ligero circular­ en el brazo izquierdo, mientras emplea-
tropas concretas.
ba la espada con el derecho. A no ser que como arma
principal utilizara un arma más pesada, una lanza corta
El equipamiento de Zavala
como la alabarda o la partesana. Hay que señalar que
En este sentido, tenemos un buen ejemplo en el caso de
los mandos peleaban a espada o con una lanza ligera,
Zavala. No hay duda de que el guipuzcoano debió su
debido al adiestramiento particular que requería el em-
supervivencia, además de a una fortaleza física fuera de
pleo de arcabuces o picas, propio de la clase de tropa.
lo común, a la protección que le dieron su casco y su
Consta, por cierto, que Zavala a su muerte en 1614 en
coselete «cumplido» o entero. Éste era más completo
su palacio de Villafranca guardaba una alabarda, posi-
que el coselete sencillo y menos, a su vez, que la arma-
ble recuerdo de su participación en Lepanto. Aun así,
dura entera que sólo llevaban los altos mandos y caba-
recibió numerosas heridas, fundamentalmente en las
lleros principales.
piernas, sin descartar que se viera muy afectado tam-
bién en el rostro ­y probables contusiones por pelotazos
Este tipo de coselete ­posiblemente el mismo «coselete
grabado y dorado con todas sus piezas» que, junto a un
de arcabuz sobre la media armadura­.
La victoria en cifras
La hecatombe sufrida por la flota otomana fue monumental: perdió todos sus buques
salvo medio centenar que pudieron escapar. Concretamente fueron 40 las unidades
afortunadas que pudieron huir; la mayoría de ellas consiguieron retirarse al puerto de
Lepanto, y unas pocas (con Uluch Alí) salieron a mar abierto.
Del resto (unos 235 buques), algunos ­los menos­ se hundieron durante el combate, y
la mayoría cayeron, de una u otra forma, en manos cristianas. De estos últimos, buena
parte tenían tales daños en su estructura que no estaban en condiciones de navegar, y
fueron allí mismo incendiados o hundidos por sus captores; el resto, 130 (117 galeras,
10 galeotas y 3 fustas) fueron considerados aprovechables y conservados como botín,
siendo objeto del posterior reparto.
En suma, la flota turco-berberisca perdió un 85% de sus buques.
Una parte importante de estas pérdidas se produjo por voluntario embarrancamiento
de numerosas embarcaciones en la orilla, al tratar sus dotaciones de huir a tierra firme.
Especialmente llamativo fue el espectáculo de las docenas de galeras y galeotas de las dos
alas (Scirocco y Uluch Alí) que terminaron encalladas en la costa a consecuencia de la
desbandada final de ambos flancos, tras la muerte (Scirocco) o retirada (Uluch Alí) de
sus dos jefes. Ello se dio en mucha menor medida en la escuadra central al mando del
propio Alí Bajá, no sólo por tener la costa más lejos, sino también porque en este sector
­considerado el foco decisivo de la batalla, a cuyo frente estaban los dos comandantes
en jefe en persona­, a partir de cierto momento ya les fue imposible zafarse de la presión
cristiana; la mayoría de las dañadas unidades turcas no tuvieron aquí la voluntad ­o la
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