2.2. La comisión de Zavala ante el Monarca
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y la intención que en todo lleva destruye sus negocios, al fin es llegado el caso que
ninguno hay que ose decirle, sino lo que siente que es su gusto, y con quien priva por
este camino anda recatadísimo y más con quien le dice la verdad, pensando que los
unos y los otros le engañan. Dios lo remedie que cierto que es una era la presente que
de los que sirven en la Corte, es de tener gran lástima porque ninguno es nada».
«Y aunque todos lo confiesan así, y lo entiende el Rey, veo que no salen de su paso».
«Y que me decía el Inquisidor general y el presidente del Consejo real y Garnica que
ellos le habían ofrecido medios muy honestos para que se proveyese ahí algún dinero,
y que Su Majestad no se contentaba de nada por pensar que le engañaban todos por la
comodidad que de ello se podía seguir a los de esta provisión».
«Todo cuanto Garnica ha hecho ha sido juntar créditos de cincuenta mil escudos3 de
ciertos burgaleses (...), pero aún me dice que no sabe si el Rey se contentará con lo que
él ha acordado con ellos habiéndoselo consultado porque no le ha respondido a ello, y
díceme que procura más provisión. Pero yo no sé lo que me pueda prometer de él ni
de su amo4 en esto pues pasa lo que digo».
En esta carta apuntaba Zavala algunas de las causas de la lentitud decisoria de la Corte:
la incapacidad del Rey para delegar en sus ministros, la naturaleza recelosa del Monarca
que en todo veía doble intención, y sus escrúpulos. Pero tampoco los secretarios y con-
sejeros del Rey, por su pasividad y servilismo, se veían libres de crítica, ya que con echar
sotto voce las culpas «a su amo» se contentaban.
Nofre Saposa, agente ordinario de Requesens en Madrid, había escrito en el mes de
agosto a su señora Jerónima de Hostalrich (esposa del Comendador Mayor, en Barcelo-
na), bastante irónicamente, acerca de los resultados que se podían prever de la gestión
de Zavala teniendo en cuenta la índole burocrática de la Corte de Felipe II ­sobre la
que, por discreción, prefería no extenderse en exceso­:
«Zavala trabaja aquí en los negocios a que vino, y no dejan de darle cuidado el no
despacharse bien y brevemente, aunque hasta ahora a mi parecer no tiene de qué
quejar notablemente según aquí se tratan los negocios, despacio y al revés, que en esto
no se puede hombre alargar a escribir (...)».
Es cierto, como bien destaca Parker, que la enorme vastedad geográfica de la Monarquía
hispánica y la multiplicidad de los problemas y frentes a atender, así como la lentitud de
las comunicaciones, y lo rudimentario del aparato administrativo propio de la época,
hacían muy difícil la adopción en la Corte de resoluciones en tiempo oportuno;5 pero,
como también resalta el especialista británico, la propia personalidad y forma de gober-
nar de Felipe II (actuando como «señor, ministro y secretario a un tiempo», en palabras
de un testigo de la época), no hicieron sino agravar, efectivamente, este problema. Es
asunto resbaladizo dilucidar el porqué del comportamiento absorbente, hiperburocráti-
co y dilatorio del Monarca, aunque lo habitual es atribuirlo a un carácter cauteloso y
desconfiado a la vez que inseguro. En esta línea, Parker habla de su enorme autoxigencia
unida a una profunda inseguridad y un «miedo patológico a equivocarse».
Este último miedo se habría traducido en demoras no sólo involuntarias (consecuencia
lógica e inevitable de esa «microgestión» desempeñada por el propio Monarca en perso-
na), sino también y en ocasiones, premeditadas. En este sentido se han explicado, por
ejemplo, los extraños silencios que Felipe II mantuvo durante meses con un perplejo
Requesens: en palabras de Parker y otros especialistas, el Rey se habría mantenido vo-
luntariamente «a la expectativa», por una voluntad de reducirse ­a sí mismo­ el riesgo
de error «a cero», de acuerdo a una «mentalidad de ausencia de defectos» (propios).
Al parecer, el propio Comendador Mayor sospechaba que tales silencios se debían a un
deseo del Rey de hacerle aparecer a él como responsable de lo que sucediera.6
Es interesantísima, en fin, la carta que escribiera Domingo de Zavala a Felipe II el 12-
12-1575, por la forma abierta y leal en que el guipuzcoano, representando rectamente a
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