II -- De Amberes a Madrid
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su señor Luis de Requesens, expone al propio Monarca las negativas consecuencias que
se derivaban de «la remisión que veo» y del «hacer tanto oficio», y la necesidad en que se
veía de importunarle hasta que tomara resolución (cfr. Apéndice III).
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Otros testimonios del propio Requesens en esta misma línea, en Barado (1906), pp. 52,
111-112. Fueron repetidas, en efecto, las cartas que el Comendador Mayor escribió al Rey a
lo largo de este año 1575 y hasta su muerte en marzo de 1576, señalando el silencio con que
transcurrían los meses sin recibir respuesta a sus consultas y demandas, y el daño que ello
hacía al Real servicio.
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El Rey Felipe II.
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Una cantidad muy modesta, casi insignificante, para las grandes necesidades del Ejército de
Flandes. Baste pensar que las dos expediciones navales que debían haber llevado dinero a los
Países Bajos ese mes de diciembre ­y que por diversas causas se habían quedado en puerto­
reunían entre ambas 250.000 escudos (siendo esta cantidad, también, muy insuficiente para
lo que se requería en Flandes).
4
El Rey.
5
A este respecto también es verdad, para ser enteramente justos, que era necesario y convenien-
te «atar corto» desde Madrid ­dentro de lo posible­ a los Virreyes, Gobernadores y demás
autoridades periféricas, si se quería evitar iniciativas contradictorias, e incluso peligrosas para
la Monarquía en su conjunto. La única forma de impedir que esta última se convirtiera en
una sucesión de compartimientos estancos, donde cada uno se preocupara sólo de lo suyo y
las autoridades territoriales se desentendieran de toda estrategia global (por ejemplo, elu-
diendo la cesión de sus recursos propios para el auxilio de otra región de la Monarquía), era
ejercer una dirección y un control efectivos desde la capital, por lentos que fuesen. Un Virrey
con demasiado margen de maniobra podía ser mucho más un problema que una solución, ya
que ­si se dejaba llevar por un «exceso de celo», deseo de protagonismo, o ambición­ podía
meter a la Corte en nuevos y embarazosos compromisos políticos y militares, por si fueran
pocos los ya existentes.
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Fernández Conti (1998), p. 150.
La necesidad estratégica
Son célebres, a este respecto, las hazañas protagonizadas
en varias ocasiones por los Tercios cruzando de noche
de una Armada en Flandes
los canales a pie, con el agua al pecho y las armas sobre
la cabeza, atacando al enemigo por sorpresa sin darle
Hemos ya señalado los tres encargos de la comisión de
tiempo a organizar la defensa; pero también incluso con
Domingo de Zavala que el Comendador Mayor consi-
el enemigo preparado y alerta, atravesando los brazos
deraba vitales: la provisión inmediata de gruesas canti-
de agua bajo el acoso de las embarcaciones rebeldes!.
dades de dinero para el ejército de Flandes, el envío de
una Armada que permitiera combatir a los rebeldes tam-
Requesens tuvo que padecer en febrero de 1574 la capi-
bién en la mar, y el relevo cuanto antes de su propia
tulación de la asediada Middelburg precisamente debi-
persona del cargo de Gobernador. Vamos a detenernos
do a esta impotencia naval española: no se pudo soco-
ahora, por último, en el segundo de ellos.
rrer la plaza a través de la red de canales, por la falta de
una flota de embarcaciones ligeras adecuada; la flotilla
Desde que entrara en Bruselas como nuevo Goberna-
que se improvisó a este fin, fue fácilmente desbaratada
dor en noviembre de 1573, Requesens, que era hombre
por la armada enemiga.
amante de la mar y con experiencia en la guerra maríti-
ma en el Mediterráneo, había sido plenamente cons-
A la inversa, cuando las tropas españolas estaban a pun-
ciente, a diferencia de su antecesor el Duque de Alba,
to de rendir Leiden, los rebeldes inundaron la comarca
de la necesidad imperiosa de llevar la guerra a la mar
y la socorrieron con sus naves ligeras, sin que los sitia-
para debilitar al enemigo. La guerra puramente terrestre
dores españoles pudieran evitarlo (octubre de 1574).
que llevaba España hasta el momento, prometía ser in-
Si era importante disponer de efectivos navales para apo-
terminable en un país tan abundante en excelentes for-
yar las operaciones militares en tierra, no menos lo era
tificaciones urbanas ­que obligaban a costosísimas ope-
para debilitar las fuentes de riqueza que alimentaban las
raciones de sitio­ y, por si ello fuera poco, abundante
fuerzas de la rebelión.
también en canales y áreas inundables, cuya superación
suponía para las tropas españolas un muy peliagudo pro-
La conclusión: si no se quería eternizar la guerra era im-
blema añadido.
prescindible negar al enemigo unos movimientos mili-
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