3.2. En la estela de Luis de Requesens
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y de la que tanto se quejaba el conde-duque de Olivares, todavía no había llegado. Los
hermanos Juan de Zúñiga y Luis de Requesens [entre otros] (...), forman parte de una
Edad de Oro de la política y la diplomacia y fueron los artífices de la hegemonía españo-
la en aquel siglo».
Mencionamos también a Juan de Zúñiga porque, ya lo hemos avanzado, a la muerte de
Don Luis (1576) tomó el relevo como protector de Domingo de Zavala, ejerciendo de
tal hasta su muerte, tan prematura como la de su hermano, en 1586.
No cabe duda de que Requesens, fue un marino aceptablemente competente, y demos-
tró como Capitán General de los Países Bajos una visión estratégica muy estimable
delegando la ejecución táctica en oficiales tan excelentes como Dávila, Romero y Mon-
dragón. Sin embargo por lo que realmente destacó fue por sus cualidades políticas y
diplomáticas. En palabras del cardenal Guido Bentivoglio («Della guerra di Fiandra»,
Colonia 1633), el Comendador Mayor «murió más con opinión de gran bondad que de
gran valor, y de haber sido más hábil para los empleos de la paz que de la guerra».4
«Fue varón de moderación extrema, de prudencia grande, lo que indujo a Felipe a en-
viarle a los Países Bajos (...). Creyó el Príncipe que la dulzura y la equidad del nuevo
gobernador harían olvidar el rigor inflexible de su antecesor» (Jacques de Thou, «Histo-
ria universal desde 1543 hasta 1607», París 1607-1608).5
Gregorio Marañón6 destaca también (además de su condición de «hombre sesudo y de
gran crédito») otra de las cualidades que se reconocen al Comendador Mayor: su condi-
ción de «uno de los [hombres] más rectos» de aquel reinado, servidor sincero y leal,
«hombre digno, no intrigante».
Barado7 resume así la personalidad de Requesens: «era observador, reflexivo y pruden-
te», de inteligencia clara y voluntad robusta, pero «flaqueaba en cuanto a carácter»; era
también «doliente de espíritu» y «propenso al más negro pesimismo»; y carecía del caris-
ma necesario para el «ejercicio de la autoridad en tiempos revueltos y sobre gente de
armas» (en referencia a su blando tratamiento del motín de las propias tropas hispanas
en Amberes). Era de absoluta lealtad al Rey, sacrificándose al máximo a su servicio en
responsabilidades penosas y en un trabajo constante ­a pesar de su poca salud­, pero al
mismo tiempo que lealtad tenía «valor ético» y «una noble independencia de carácter»
para exponer al Monarca su propio juicio. Desde luego, tenía más talla política que
militar: «no eligió Felipe II a su nuevo representante [en Flandes] como hombre militar,
pues ya se dijo que Requesens, pese a sus mandos bélicos, carecía de altos prestigios
guerreros, sino como político que había dado pruebas evidentes de circunspección, celo
y habilidad». Fue una figura «noble y melancólica»: «no tiene, ciertamente, el trazo
robusto de los héroes (...), no ostenta el laurel militar. (...) Hállase, en cambio, engran-
decida por el dolor, sublimada por el sufrimiento. Para él no hubo epitafios, biografías
ni panegíricos».
En efecto, su condición ante todo política, su discreción y tacto al ocultarse detrás de
Don Juan de Austria en la campaña de Lepanto (a pesar de la verdadera tutela que
ejerció sobre el joven hermanastro del Rey), y su falta de fama como jefe militar, han
hecho que la figura de Requesens no reciba toda la atención que merece el personaje, a
diferencia de lo sucedido con el mismo Don Juan, con el Duque de Alba o con Alejan-
dro Farnesio.
1
2005, p. 237.
2
García Hernán (1999), p. 57.
3
2005, p. 389.
4
Recogido por Giménez Martín (1999), p. 111.
5
Citado por Barado (1906), p. 117.
6
1960, pp. 102, 135, 144.
7
1906, pp. 20-21, 24, 58.
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