III -- Otros episodios de una vida
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- 17-1-1597: acuerda la Diputación escribir a Zavala «para que al Agente [en Corte]
ayude en lo susodicho».
- En octubre de este año se escriben cartas simultáneamente a Francisco de Idiáquez,
Juan de Ibarra, Zavala, e Ipeñarrieta. En noviembre del año siguiente: a Juan, Martín,
y Francisco de Idiáquez, Juan de Ibarra, Esteban de Ibarra, Zavala, e Ipeñarrieta. Re-
cordemos que Esteban de Ibarra (oriundo de Eibar) era Secretario de Guerra para los
asuntos marítimos desde 1591 (en 1600 esta Secretaría se refundiría con la de asuntos
terrestres, continuando en manos de Ibarra), Consejero de Hacienda desde 1595, etc.
- En agosto de 1601, hallándose a la sazón Zavala en Villafranca, las Juntas Generales,
que se celebraban en la misma localidad, nombran una comisión para visitarle y salu-
darle.
- Las Juntas Generales de enero de 1602 (Basarte) mandaban que se rogase a Zavala ­en
ese momento en Villafranca­ que escribiera a «algunos Contadores sus amigos (...)
favoreciendo a la pretensión de la dicha Provincia». En consecuencia, el 8-2-1602 la
Diputación Foral (Azcoitia) nombraba dos comisionados para ir a ver a Zavala y soli-
citarle «para que escribiese a los Contadores Mayores sus compañeros, y otras personas
del Consejo de Hacienda, la justa pretensión de la Provincia y favoreciesen aquella». El
día 12 la corporación acusa recibo de la respuesta de Zavala fecha 8, ofreciendo que
manifestará por carta «la razón de la Provincia a los amigos que podrían ser útiles, y
que en todo tiempo se hallará en este ánimo muy dispuesto».
- Las Juntas Generales de noviembre de 1604 (Mondragón) mandan se escriba a Zavala
felicitándole por el nuevo cargo que lleva para Sevilla. Recordemos que en 1605-1613
Domingo de Zavala (Consejero jubilado con su salario y honores) estuvo destinado en
la ciudad hispalense.
- Las Juntas de abril de 1610 (Villafranca) mandan que «para su buen expediente y
facilidad» (de un asunto) se escriba carta a Zavala, que reside en Sevilla.
- Hallándose definitivamente retirado en su casa de Villafranca, las Juntas de noviembre
de 1613 nombraron al alcalde de Mondragón y a un vecino en concepto de comisio-
nados para ir a visitarle en nombre de la Provincia. En las Juntas de abril de 1614 se dio
el informe de esta comisión que se les había encomendado «para visitar y besar las
manos del señor Domingo de Zavala, del Consejo de Hacienda de Su Majestad, que
está recogido en su casa en la villa de Villafranca».
No cabe duda de que el anciano Zavala se había ganado este último gesto de reconoci-
miento y gratitud de la Provincia, por la que tan bien había intercedido en la Corte.
Advirtamos que no debe confundirse a nuestro Domingo de Zavala, con otro «Domin-
go de Zavala» que también aparece profusamente en esta documentación de las Juntas y
Diputación guipuzcoana, aunque en época ligeramente anterior. Este otro Domingo de
Zavala era natural de Vergara y aparece mencionado como «escribano» o «secretario» de
Su Majestad: era, más concretamente, escribano de la Cámara de Castilla, como lo sería
también su sobrino Miguel de Ondarza Zavala, otro vergarés, que a menudo aparece
igualmente citado como «el secretario Zavala». Conviene señalar, sin embargo, que no
debe confundirse este empleo de escribano de la Cámara Real ­de índole notarial­, con
los Secretarios Reales de Estado o de Guerra, como lo fueron los tres Idiáquez y Esteban
de Ibarra (y cuyo elevado perfil político-administrativo, muy distinto de aquél, no va-
mos a descubrir ahora).
Truchuelo (2004) ha estudiado en detalle el papel jugado por los «valedores» de Gui-
púzcoa en la Corte, que en los años que estamos tratando aquí, eran Juan de Idiáquez ­
personaje cimero de este grupo de influencia­, sus parientes Martín y Francisco, Juan y
Esteban de Ibarra, Domingo de Zavala, Cristóbal de Ipeñarrieta, y otros nuevos que
fueron apareciendo en el tránsito del siglo XVI al siglo XVII:
«Estos secretarios y consejeros guipuzcoanos fueron los principales artífices de que la
Provincia consiguiera mantener buena parte de sus prerrogativas durante la Alta Edad
Moderna y de que, incluso, éstas se incrementaran en cuestiones que apenas estaban
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